Monday, August 02, 2004

3) Un juez tras la pista de la FAI

El juez Vilalta siguió el rastro que conducía a los “faieros”, pero fue relevado del cargo al cambiar el Gobierno.

Especulaciones falsas

Aunque existía la convicción de que los hermanos Josep y Miquel Badia habían sido asesinados por pistoleros de la FAI, nadie se atrevía a decirlo en voz alta. La falta de información, la censura y una cierta timidez por parte de la prensa hizo que se levantara todo tipo de especulaciones falsas. Hasta que un juez puso el ojo en el objetivo.


El entierro de los hermanos Badia constituyó una imponente manifestación de dolor. Presidido por tres consellers de la Generalitat y el alcalde de Barcelona, la comitiva encabezada por los dos féretros, a hombros de militantes de Estat Català, salió del Casal de la calle Girona 3, prosiguió por ronda Sant Pere, las plazas Urquinaona y Catalunya, para recorrer la Rambla hasta Santa Mònica, ante la sede del Cadci, donde se despidió el duelo. Durante el largo trayecto, seguido por una multitud silenciosa, algunas mujeres depositaron flores sobre los féretros. Finalmente, los restos de los Badia fueron enterrados en Montjuïc, cerca de donde reposaban los de su líder, el presidente Macià.

Carlos Sentís, entonces jovencísimo redactor de La Publicitat, escribió muchos años después que “la muerte de los Badia causó una gran conmoción en Barcelona porque eran de izquierdas y, hasta aquel momento, los de la FAI sólo habían atentado contra gente procedente de la derecha o del Sindicat Lliure”, ligado a la patronal.

Existía la convicción en la opinión pública de que el asesinato de los hermanos Badia el 28 de abril de 1936, en la calle Muntaner, era obra de pistoleros de la FAI; pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta. La prensa, que estaba sometida a un estricto régimen de censura, actuó tímidamente alegando que la investigación era una cuestión policial. Algunos periódicos, al hacer la biografía de los asesinados, recordaban unas palabras pronunciadas por Miquel Badia: “Jo faig nosa a molta gent i el dia menys pensat una bala al cap acabarà amb la meva vida”.

La instrucción del caso recayó en el juzgado número 6, cuyo titular era Emilià Vilalta i Vidal. El Ford utilizado por los asesinos fue localizado a las ocho de la misma tarde del crimen en la esquina de Travessera de Les Corts y Vallespir. “La Rambla” informaba, pocos días después del asesinato, de que se habían practicado tres detenciones en relación con la propiedad del automóvil y de un garaje de la calle Llançà en el cual había sido reparado de unas averías. Un editorial de este periódico, “Això s’ha d’acabar”, firmado por el diputado al Parlamento español J. Sunyol i Garriga, señalaba que “el que la banda de pistolers sigui pagada o inspirada per la gent d’extrema dreta o d’extrema esquerra té poca importància (...) La nostra protesta més comminativa és contra tot l’aparell de policia de Barcelona”. Sunyol reclamaba el traspaso de las competencias de orden público, reasumidas por el Estado a raíz de los hechos del 6 de octubre de 1934.

Durante los días siguientes, la prensa dio cuenta de varias detenciones relacionadas con la extrema derecha. La policía estaba interrogando a 17 militantes de Falange Española (FE) y a otros 27 de Renovación Española (RE), el partido monárquico y antirrepublicano de Calvo Sotelo, Pemán y Ramiro de Maeztu. Este último grupo fue sorprendido en una reunión de madrugada, en una torre de la calle Séneca, 15. La policía informó de que se había encontrado munición del calibre 45, lo que disparó toda una serie de especulaciones. Luego resultó que el arma era la reglamentaria de un policía que formaba parte de aquel grupo político, pero que nada tenía que ver con la muerte de los Badia.

El día 3 de mayo, La Vanguardia publicaba un comunicado de Renovación Española en el que se decía que “en el momento en que fuerzas contrarias se acusan mutuamente unas a otras, reprochándose la muerte desgraciada de los hermanos Badia, surge la vil maniobra de atribuirla a nuestros elementos... cuando es evidente que el pleito de los finados con otras organizaciones sociales o políticas nos era totalmente indiferente”. Por lo que se refiere a los militantes falangistas, La Vanguardia informaba de que algunos de los detenidos procedían de otras regiones de España que huían de la policía. En aquellos días, José Antonio Primo de Rivera estaba detenido y su partido estaba amenazado por una prohibición judicial. Los falangistas sostenían que parte del dinero que se les encontró estaba destinado a los “refugiados” de otras regiones, a quienes se les entregaban cuatro pesetas diarias para su manutención.

El primero en señalar públicamente a la FAI fue el periodista de La Publicitat Josep Maria Planes, quien tres días después del crimen escribió que “els assassins dels germans Badia són els que fa dos anys els amenaçaven de mort”. Se refería Planes a las amenazas publicadas en “La Solidaridad Obrera”, periódico de CNT-FAI, contra el ex jefe de la policía de la Generalitat. Planes añadía: “sóc un periodista que, potser, cometo la imprudència de dir en veu alta el que el noranta per cent dels catalans diuen en veu baixa. Nombrosos amics se m’acostaren ahir per dir-me que aquesta franquesa em pot costar la cara. Pot-ser els qui es donen per al·ludits als meus articles sabran si aquest advertiment és fonamentat”. Planes era un joven reportero que había escrito en 1934 una serie sobre “Els gàngsters de Barcelona” referida a los asesinatos, atracos y secuestros cometidos por delincuentes en nombre de la FAI.

La investigación del juez Vilalta, centrada en el coche abandonado, le condujo hasta la persona que, acompañada de un chófer, acudió al garaje de la calle Llançà para llevarse el automóvil con el que huyeron los asesinos de los Badia. Se trataba de un anarcosindicalista empleado de la compañía de Tranvías de Barcelona, despedido por mala conducta y vuelto a readmitir. Mientras las informaciones periodísticas insistían en enfocar la cuestión en la extrema derecha, el 30 de mayo La Vanguardia daba cuenta de la detención de Ignacio de La Fuente Domínguez y Josep Villagrasa Monleón. Junto a éstos, seguía detenido el comprador, Manuel Costas, todos ellos relacionados con la FAI. Al día siguente, el periodista Avel·lí Artís-Gener, “Tísner”, publicaba en La Rambla que la policía había detenido por orden del juez a Justo Bueno, “sobre el cual pesan algunas cuentas”. La Vanguardia calificaba a Bueno como “un significado elemento de acción (de la FAI), que estuvo detenido en los tiempos en que Miquel Badia ejercía el cargo de comisario general de Policía de la Generalitat” y que había sido reconocido en los archivos de la policía por un testigo, el dueño del Bremen.

Definitivamente, el juez Vilalta parecía encontrarse en el buen camino y el anónimo redactor de La Vanguardia se hacía eco del ambiente de satisfacción que existía en el juzgado número 6 ante la creencia generalizada de estar resolviendo el caso.

Sin embargo, el 2 de junio se anunciaba la remoción del juzgado número 6 en el que el juez Vilalta investigaba la muerte de los Badia y era designado José Márquez Caballero. Tísner escribe en sus memorias que aquella sustitución se produjo coincidiendo con el nuevo gobierno en Madrid, en el cual había un representante cenetista. Debió sufrir una confusión, por cuanto en el gobierno del 12 de mayo de 1936, que presidía Casares Quiroga, no hubo ningún representante cenetista. Los anarquistas no se incorporarán al gobierno hasta noviembre de 1936, ya estallada la Guerra Civil.

El nuevo juez encargado del asesinato de los Badia llamó a Justo Bueno a declarar el 12 de junio y éste alegó que el día del atentado contra los hermanos Badia se hallaba en el café Rosales, del Paral·lel. Los parroquianos del café llamados a testificar para autentificar la coartada se equivocaron de día. Pero el juez Márquez dictaba el 25 de junio una providencia por la que ponía en libertad a los cuatro detenidos.

La investigación del asesinato de los hermanos Badia quedaba de nuevo a cero: ningún detenido, ningún sospechoso y ninguna supuesta evidencia. Fue entonces cuando los periodistas Tísner y Planes se lanzaron sobre la pista de los pistoleros anarcosindicalistas.

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